Ella me preguntará, como hice yo en su día,
¿Por qué volviste?
¿Por qué no te quedaste?
E.R.
He pisado las ciudades
y mis pies a veces han querido
pegarse a la idea de ser libres,
de elegir qué asfalto, qué gravilla.
qué adoquín será su cobijo.
Tantas veces han pensado:
"ay, mi amor, pie mío,
pisaremos tantas veces
chicles en este pavement,
o hilillos de helado sobre
el marciapiedi,
o quizá la calçada vecina
nos lleve a acariciar el mar
e introducirnos entre
los granos de exfoliante arena".
Mis pies siempre piensan en esas cosas.
He abandonado Madrid,
he regresado a Madrid.
Me he enamorado en Madrid,
también fuera de Madrid.
No estar en Madrid
no garantiza enamorarse,
estar en Madrid
garantiza un amor
de serie.
Mis pies no saben
que no es posible
sentirse tan libre
como para no poder
amar a nadie
salvo al
Millenium Bridge,
la breve playa de Tynemouth,
el parque oasis de Agliana,
la heladería de Montale,
el Panteón de Roma.
Mis pies no saben
que no están solos en este cuerpo:
que ellos son los únicos que me pertenecen.
El resto de mí son fragmentos
que me prestan los seres que amo:
De mi madre el corazón
y de mi padre la cabeza.
Los ojos los dejé en Madrid
al irme y los reencontré abandonados
(solo son totalmente míos a ratos).
Mis manos parecen estar en su sitio
pero su verdadero dueño está tan lejos
que, tristes, no saben asir ni trabajar,
apenas obedecen a los quejidos
de las tripas, que tampoco son mías,
son de mi hermano.
Sólo son míos mis pies,
ellos no tienen sesera,
están hechos para correr,
pero no saben de mapas,
no conocen ni el norte ni el sur.
Ellos no saben que tener el cuerpo
dividido en tantos dueños
es la mejor manera de pertenecer
al mundo,
aunque haga difícil decidir dónde situarse.