domingo, 3 de enero de 2016

"Yo quisiera ser luminosamente tuya y soy oscuramente mía" Gloria Fuertes

"Cristales de tu ausencia acribillan mi voz
que se esparcen en la noche
por el glaciar desierto de mi alcoba"
G.F.

Tengo las manos repletas de arena.

Comerla para que los cristales me perforen,
llenar con ella mis ojos,
respirar diminutas entidades fulminantes.

Tengo las manos llenitas de la arena
que dejaste,
arena de tu piel en mi piel,
arena de labios,
arena de ser dos en una playa tranquila.

Arena que quisiera guardar en el corazón,
en el recuerdo la arena, 
en mi nada presente esa arena.

Arena de tus manos
en mis pies, en mis piernas,
en mi espalda.

Esta arena es añicos de nosotros
y ya no puedo verla.

Ojalá pudiera
abrir estas rígidas manos y dejarte ir.

3 comentarios:

  1. "Esta arena es añicos de nosotros
    y ya no puedo verla..."

    Esa arena son días de risa,
    latines de una dicha perdida,
    miradas de lluvia y futuro,
    -eso "es lo que tiene ser pija",
    que se huye de todos los cercos,
    his rebus cognitis,
    sin mirar hacia atrás, sin más huellas
    que la síncopa de vocal breve postónica,
    que la síncopa de una mirada breve siempre...
    Te lo dije en un aula sin tiempo
    entre risas y Laura.
    Esta arena es añicos de nosotros.
    Heliodoro.

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  2. Ay Heliodoro qué sorpresa!!!!!! :D
    Y qué nostalgia!
    Gracias por leer :)

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    Respuestas
    1. Y qué nostalgia...
      Y ya no puedo verla, esa arena,
      que es añicos de nosotros, vasos rotos,
      cercos de malvasía en las papilas
      de la historia, de esos días de palabras
      que romancemente laten, gimen, asoman como ojillos
      apenas insinuados como yemas de manzano,
      postinvernales, futurantes,...

      Y qué nostalgia...
      Con la tiza de los días tiznábamos las horas
      -¡de qué mierdas de formas se sirve,
      y se escribe, la historia, burlando nuestro asedio!-

      ¿Qué significa eso
      de abrir el corazón, si uno lo piensa,
      los ojos, la palabra, sus cavernas?

      Llegaban tímidas, conscientes, marginales
      en ese mundo ajeno al mundo de los éxitos,
      ropa vieja con que vestir palabra pudibunda,
      aire y agua sin mérito de brillo.

      Y se iban, conscientes de la fuga, oscuras a la sombra
      de un cemento sin nombre, hostil, la vida.
      Y yo moría, ¿suavemente herido era la paradoja?

      Panta rei...
      Y Dios se llevaba el agua.

      Heliodoro.


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