(...) y allí, en su centro, tú
iluminándolo.
Por eso, ahora,
mientras aún es posible,
mírame mirarte;
mete todo tu asombro
en mi mirada.
Á. González
Mi mano no basta,
mis ojos no bastan,
tu boca no basta
para adentrarse del todo
en ti.
Eres cristal opaco.
Podía contemplarte,
tocarte a veces
como si tu piel hablara o
susurrara amor por los poros.
Podía contemplarte:
interrogabas mi interés.
Cuestionaste la razón
por la que me adhería a ti.
El silencio se cobijaba en nosotros,
antes de dormir alguna palabra
hablaba en nuestro lugar.
Aprendí de ti a callar,
a escuchar a mi conciencia,
a esperar a que las cosas me
pasasen por encima.
Tus palabras tomaban valor
y cualquier preposición
se antojaba milagrosa.
La luz no llegaba a salir.
Como si nunca saliera
el sol por tu alma.
Ahora ya no puedo contemplarte.
La belleza del mundo sigue ahí,
no tengo ojos donde verla.
Me arrullo:
la sábana congela el deseo
de que tu dedo corrija mi columna.
Pasaron los treses mes a mes.
El dolor de postura no ha cambiado.
Sé que prometí no hacer ruido,
no comer cristales,
no rasgar tejidos.
Eso intento:
solo soy una avispa que murmura
golpe tras golpe de vidrio.
Te insisto.
Sí,
a veces me duele la sangre,
pero ya tomé la decisión
de verte crecer
ante olvidarte y vivir.