Habrá enredaderas
en las fachadas de la ciudad
que nos recordarán a entonces:
éramos enredadera.
Somos ahora hebras de entonces,
delgadas y frágiles,
hebras enredadas:
no se unen,
no se anudan,
no se abrazan.
Hebras sin conexión
de un lado al otro del mundo,
hebras que el tiempo solo
es capaz de quebrar.
Y hubo un tiempo
en que abrazábamos,
en que éramos enredadera,
en que soñaba con seguir teniendo vida tuya
en mí, tu agua y tu luz:
hijos que formaran parte de nuestro jardín,
hijos que jugaran en nuestro jardín.
En aquel tiempo todavía pensaba
que te gustaba tomar mi mano,
como si saborearas cada segundo
de ese tacto,
porque tuyo era,
porque a ti te lo daba.
Pero ahora solo veo hebras:
no hijos, no tierra, no jardín.
No por eso el amor es menor.
No por eso las hebras no hilan.
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