domingo, 29 de marzo de 2015

Realidad número 12

Siempre llega alguien que te mereces en el momento menos indicado
y no es cuestión de que él pague los destrozos. 

La cuestión de la prosa

No suelo escribir prosa, no sé por qué; quizá, simplemente, porque es más limpia que el verso y más accesible a todo el mundo. Creo que nunca he pretendido ser muy accesible, principalmente para no dejar ver todas las carencias que creo que me caracterizan. Pero hay veces que el verso no fluye, cuando estás tan enredado que en tu pecho hay un cableado enmarañado y bastante tienes ya con eso como para ponerte a sacarlo en orden para después enredarlo de nuevo en el verso. La prosa es ese proceso de desenmarañarte y ponerte a ordenar. Odio ordenar, mi madre lo sabe. Soy más de no desordenar, de no ensuciar, de no gastar. En el fondo supongo que soy una vaga, o una mujer que más que pereza por la vida tengo insuficiencia por la vida. A veces se me cruzan los cables y creo que no me merezco lo que tengo porque sé lo que me costaría ganarlo si tuviera que partir de cero, sin los padres que tengo, sin la educación que tengo, sin mis raíces. Si ya me cuesta levantarme por las mañanas, vestirme, hacer el café, y no te cuento lo que me cuesta pronunciar una sola palabra sin haber tomado café, imagínate trabajar, estudiar, escribir algo de alguna calidad, mantener mis amistades... Intento pensar que a todo el mundo le cuesta mucho hacer todo esto que se da por hecho, porque de no haberme convencido, creo que ya me habría dado por vencida. En el colegio siempre era la última en todo, mis profesoras de primaria no daban un duro por mi futuro, la verdad. No las culpo, yo a veces tampoco lo doy. Todo me cuesta un esfuerzo absoluto. Y sin embargo, los que me conocen pensarán que eso no es cierto, que ando todo el día haciendo cosas, que casi siempre consigo lo que me propongo, que en la amistad pongo mucho de mi parte. De hecho me indigna mucho que los demás hagan menos que yo. Eso es muy cierto, y esa es la explicación por la que me indigna, porque a mí me cuesta todo esto una barbaridad. Porque te metes en una relación pensando que va a ser algo equitativo, y no lo es, y cuando sales de la relación tú sigues haciendo, aunque el otro no lo sepa, sigues poniendo de tu parte, por ejemplo, no odias, razonas y dices, no merece la pena odiarlo/a, y ya estás haciendo el esfuerzo, ya te estás muriendo un día más porque estás extrayendo de ti el odio hacia el otro y ya no sabes si lo haces por ti o por el otro, pero lo estás haciendo y tu ex ni siquiera se limita a hacer eso y contestarte a un Whatsapp de “¿Cómo estás?” que tú has decidido escribir no tanto por el hecho de saber cómo está el otro, que supones que bien, tan a gusto sin que le molestes, sino para demostrarte a ti mismo que tú no odias a nadie porque eres un alma cándida e inocente que no tiene límites a la hora de perdonar. Eso siempre está teñido de un toque de maldad que busca conocer la culpabilidad que siente el otro por haberte sacado de su vida. Y quiero recalcar todo el esfuerzo que el absurdo proceso supone, y que el otro no está dispuesto a hacer, no sé ya si, en mi caso, por el hecho de ser hombre o simplemente porque hay personas de un raza ultradesarrollada que no necesitan purgar sus culpas; aunque para sentirme mejor siempre quiero pensar que les supone más esfuerzo que a mí el pasar por todo ese complicado y absurdo proceso de limpieza de conciencia impregnado de cierta maldad y que en ese caso yo tengo una virtud más que ellos. El caso es que todo cuesta mucho esfuerzo, y cuando lo has hecho y no has alcanzado el objetivo que esperabas, te quedas exhausto como en un gimnasio cuando has estado pedaleando durante horas y el resultado de la quema de grasas es bastante inferior al de la media. Todos nos comparamos con todos y ahí reside el origen de la frustración. Y de repente te encuentras escribiendo prosa en vez de verso. Este es el resultado de haber puesto mucha fuerza, de haber intentado no desordenarse durante demasiado tiempo. Hay que hacer limpieza general una vez a la semana, pero ya lo he dicho, eso me supondría demasiado esfuerzo. Así que, en vez de desenredarme para volver a enmarañarme en versos, estoy aquí soltando un rollo enorme porque no me queda otra, porque ya toca dejarse fluir y no hablar con metáforas ni requiebros estilísticos. Quizá sea porque ya no pienso esforzarme para que no se den por aludidos. En verdad echo mucho de menos ese tiempo en el que podía hacer trenzas con las palabras, hablar de ellos c0mo si fueran un maná inagotable. Y no tanto echo eso de menos, sino al amor. Porque con el tiempo veo que lo único que puede eximirme de esfuerzo en todas mis acciones es el amor.  Ahora que no lo tengo, solo puedo escribir prosa. En verdad tengo miedo de recaer porque siempre quedas ciego, pero también hay que tener en cuenta que es la única mierda que hace funcionar el mundo, porque cuando hay amor en tus venas todo cuesta menos, incluso hablar por la mañana sin haber probado una gota de café.   


martes, 10 de marzo de 2015

Sin queja, con verdad

No hay queja en mi boca,
vida,
porque no cabe.
Se mecen los días,
la espalda me duele más ahora
-paradoja-
y sigo debiéndole mucho
a la suerte.

Pero eres puta,
vida,
porque naces siendo feliz
y siempre
acabas muriendo
vieja, cansada, sucia,
porque un niño sin vida es cruel,
pero es cruel la vida que pesa
porque ya no eres niño.