martes, 31 de mayo de 2011

mp28
Dime cómo mientes
y te diré quién eres

mp27
Nos regalan mucho miedo
para vendernos cara la seguridad
(retoque a Ajo)

martes, 17 de mayo de 2011

mp26

-Te he mentido, no soy lo que esperabas...
-Pero vamos a ver... ¿tú me amas?
(asiente gesticularmente)
¡Pues ya está! ¡da igual de donde salgas!


lunes, 9 de mayo de 2011

DE LIRIO





Recuerdo. Me senté en la ventana con una intención muy clara. Mis pies colgaban indecisos, perdidos pero libres.






Una vez allí, con el gesto triste, lo sé, me comencé a acariciar. La desconocida ciudad se rendía ante mis pies completamente desnudos, y resultaba algo irónico que yo quisiera devolverle el gesto inclinándome ante ella.






La masturbación siguió su curso. El vestido, elegido para la ocasión, facilitaba gratamente la tarea. La única prenda interior que había cubierto hacía segundos mi cuerpo (ceñida en mis caderas y luchando contra los huesos) caía ahora también rendida a mis débiles e incréduos pies, (agotados de caminar continuamente al lugar equivocado) de forma que casi se precipitaban al vacío.






El último placer sería un reto, yo sola, yo fuerte, yo autosuficiente… sólo con la ayuda impersonal de mi muso vibrante. Incrementaba ese placer otro último, que en mi época más “feliz”, formaba pareja inseparable del sexo. El humo del mágico brebaje atravesaba mis pulmones, mientras su estupefaciente efecto se expandía por mi cerebro poco a poco creando una sensación aún más libre que la que producían mis pies livianos.






Precipitarme al vacío justo después de que el último grito de mi ánima jubilosa escapase me produciría un placer aún mayor. Necesitaba revindicar, demostrar, esbozar, tantas y tantas fuerzas interiores… y esa manera sería la mejor para no recibir ninguna represalia. No haría daño a nadie. Hacía mucho que el mundo había dejado de quererme. Ya ni siquiera saldría yo perjudicada de mi acto, pues ni siquiera yo me amaba. Era algo tan triste, que detestaba pensar en el amor. Las parejas me causaban desprecio, asco, y por supuesto, arcadas, aunque lo que perpetuaba en esa crisálida de odio era una envidia nacida del desprecio hacia mí misma.






Mi cuerpo se retorcía sobre el ancho alfeizar de la ventana de aquel alto y majestuoso edificio americano, al que había llegado a penas horas. Podía verme, me observaba, pues siempre tuve la capacidad de, como hacen los guionistas de cine, ver una escena reproduciéndose sin apenas haber sido grabada. Era un don, un don absurdo e inservible que no me había llevado a ninguna parte, quizá debido a mi bajo grado de imaginación. No me privé de gritar, aullar y gemir en aquella placentera lucha que batí conmigo misma. El porro ya se había consumido. Hay placeres que duran más que otros. Nadie parecía observarme. Era un grano de arena en pleno desierto. Una hormiga obrera más en la gran comunidad. (Y ni siquiera formaba parte de esa comunidad). Sólo yo era la observadora de mis propias circunstancias, algo que no sé si en ese momento agradecí u odié. El vestido, negro (como mi estado de ánimo, mi alma y el resto de mi vestimenta habitual) bailaba incesante de aquí para allá entre el oleaje impreciso del mar revuelto de mis piernas largas y bailarinas. Hacía juego con mi cabello, negro azabache y ondulado, ya , como costumbre, muy desorganizado y desastrado. Este también se retorcía enérgicamente con continuos movimientos acelerados. Me cubría los ojos, la mirada, la vista, el corazón, aunque éste último había sido, hacía ya su tiempo, amartillado por la misma persona a la que distribuía el elixir de vida.






La recompensa dulce y emocionante tras minutos de ajetreo en todo el cuerpo estaba a punto de llegar, esperada con ansía tras el duro esfuerzo, cuando después de salivar y morder mis labios, sucedió algo que paralizó todo el cuerpo. Las extremidades se estremecieron/ agarrotaron de tal modo que bien podía tratarse de un ataque epiléptico. El disfrute que debía causar el conjunto de acciones emitidas por todo mi cuerpo, cual maquinaria milimetrada de reloj suizo, se convirtió sin previo aviso en una punzada dolorosa y recalcitrante, también por la colaboración de un muso descontrolado.