Para Abel
Con versos incrustados de Neruda y Hierro
Yo, que tenía toda la soledad
en el bolsillo derecho
-para mí solita-
para todo el tiempo
que me quedaba en Madrid;
yo, que me calzaba cada día
las sandalias de plomo
para evitar romperme
-como siempre-
al caer en picado a la realidad
de dos cuerpos egoístas;
yo, ésa que ponía fecha límite
a todas sus relaciones
-consumir preferentemente antes de-
porque ninguna,
-ninguna-
sería imperecedera,
ahora,
voy a tener que empezar a creer
en la sencillez de la palabra nosotros.
"Tu casa era llamada
la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios".
En ella, un tic,tic,tic horizontal
se alargaba en nuestros brazos
en noches imposibles de creer.
Rebotaba la palabra TIEMPO,
tan intenso el TIEMPO,
tan remota la noche
del camino a hoy.
Ahora tengo un vacío de soledad
y soy la mitad de un todo.
Quitome él las correas de cuero,
pero me enraizó, libremente,
en la tierra de la cordura.
"Toqué tu frente como
si me fuera a morir
un instante después.
Igual que si me anclases
a la verdad"
y al futuro.
El instante es el sudor que creamos,
la eternidad, tu mirada en mi retina.
El tiempo nos atará las manos,
-pistola en la sien-
querrá que claudiquemos,
que me ampute un pedazo de vida,
que olvides todos los verbos
que empiezan por C,
-cocinamos, creemos, coloreamos-
el tiempo pretenderá que me olvide
del rincón caliente dentro de ti,
de nuestros juegos,
de tus historias,
de mis palabras sinceras en la cama.
El tiempo se ríe en mi cara,
me llama ilusa,
me escupe los segundos de agosto
y, cuando llegue septiembre,
desollará cada jornada en mi cuello.
Las palabras se retuercen en nuestra boca.
Somos la acepción más elevada,
la visión exacta desde un punto,
la unión perpendicular de lineas independientes,
dos caminos que nunca dejarán de cruzarse,
dos interiores con vistas increíbles.
Déjame que me acerque,
cara a cara,
y que te roce,
porque en tu ojo ciclópeo
podría pasarme la vida
siendo quienes somos.